Ayer por la noche, tras una dura jornada repleta de obligaciones, llegué a casa con la intención de seguir desarrollando la historia de nuestra amiga Pizpireta y su compañero de aventuras, porque creía que había llegado el momento de pararle los pies a Petunia o, por lo menos, debería intentarlo. Y es que, cada vez con una frecuencia mayor, me empezaban a llegar, en sueños, flashes del Campo de Giramares completamente desolado y con todos sus habitantes enfrentados.
Así, me pasé un largo rato pensando en qué podríamos hacer mis personajes y yo para atajar la cuestión, pero ninguna de las opciones me convenció: Mentir a Petunia no podía ser una solución ni tampoco utilizar un conjuro o poción. Esas posibilidades quizá serían vistas por vosotros, mi querido montón, como algo sin ton ni son y me da a mí que no es cuestión.
Entonces, se me vino a la mente otra solución: ¿Y si le cortaba el tallo y adiós? ¡Puff! Eso ha sonado peor, recuerda, Esther, es un relato para niños, va a ser que no.
Ya veis que seguía como al principio de la narración: cansada, hastiada y, en definitiva, sin hallar una explicación al comportamiento de la «dichosa» flor. Pensé y pensé, pero nada encontré, así que decidí marcharme a dormir con el deseo de encontrarme con mis queridos amigos más allá del Umbral de los Sueños, pero, por desgracia, no lo logré y creo que ni soñé.
A la mañana siguiente, me volví a encerrar en mi atalaya – habitación para, de nuevo, intentar solucionar la cuestión de la flor y ¿qué creéis que me pasó? Pues, nada, no alcancé la inspiración, pero, justo, cuando iba a cerrar mi «cuaderno mágico», encontré encima de mi arcón, una carta que me ayudó y aquí os la reproduzco:
Querida Esther:
Ya veo que, últimamente, andas con el dique seco de la creatividad. Además, ninguno de los tres, Mariquita, el Sapito y tú, sois capaces de parar la Ola de Mal. Si me permites opinar ( y si no lo haré igual) creo que vuestro problema es el siguiente (se me hace raro que no lo hayáis apreciado): ¿Cómo puedes pensar en opciones para derrotar al enemigo si ni tan siquiera sabes quién es? ¿No te parece que sería más adecuado conocer algo de esa malvada flor? Mira, esto es igual que si tienes que hacer un regalo de cumpleaños y no sabes los gustos del que te ha invitado ¿así pretenderías quedar bien? No, ¿verdad? Pues esto es igual, bueno, es lo que pienso bajo mi humilde opinión.
¿Por qué no incluyes en tu relato un personaje cercano a Petunia o que sepa quién es bastante bien? Con esto, ejem, tampoco te estoy diciendo que tenga que ser, precisamente, yo (o bueno, sí), pero, por favor, actúa ¡yaaaa! ¿No te das cuenta que el tiempo es oro y que cada vez corre más en vuestra contra?
En cualquier caso, piénsalo, yo quedo a tu disposición para contarte un haz de hechos, que te podrían causar admiración.
Firmado: M
Tras esto, me quedé sin mediar palabra; otra vez, un personaje se había puesto en contacto conmigo para darme una lección y, en verdad, me parecía muy cierto lo que me decía: ¡Sí! Lo mejor sería incluir en el relato a alguien que supiera de Petunia para que me pudiera guiar y, también, a los demás. De hecho, M quería ayudarme, pero ¿quién se escondería bajo esa letra mayúscula? Mariquita quedaba descartada, ella no podía ser; entonces, un rato lo pensé y me vinieron a la mente unas palabras del Loro Or, en las que hablaba de una tal Princesa Margarita que, para él, era la más bella flor.
¿Acaso ella sería el personaje misterioso, pero, ¿por qué me querría ayudar?, ¿a qué se debía el tener tanta prisa en derrotar a Petunia?, ¿con qué armas contaría para luchar? Nuevamente, parecía un gran interrogante y no podía ser, pero, en medio instante, me dormí.
Cuando desperté, me encontré con una jovencita con una belleza semejante a la de las estrellas y, antes de tener ocasión, me habló: Hola Esther, soy la princesa Margarita. Sí, has sido muy lista, adivinaste que fui yo la que te escribió renglón tras renglón hasta llegar al colofón.
He venido aquí para ayudarte, así que no te muestres tan tirante; creo que éste sería el único modo de salvarte. ¿Por qué no me incluyes en la narración?
Yo, le respondí con muchas dudas: Bonita Margarita, me parece muy coherente lo que me refieres, pero tengo una pequeña objeción; verás, tú misma, me decías en la epístola que para vencer al enemigo hay que saber de él, pero yo de ti no conozco ni la punta de un regaliz, ¿cómo puedo saber que no formas parte de otro ardid de esa reina vil? (en ese momento, se me pasó por la mente que podía ser la misma Petunia disfrazada ¡qué desagradable situación!).
– Esther – me dijo seriamente – no quiero convencerte de nada; sólo te diré que hagas caso a los dictados de tu corazón.
Amigos, no sé explicaros lo que sucedió en aquel instante, pero la muchacha irradió una gran paz, que me descolocó y acepté su petición. ¿Me estaría equivocando? Pues no lo sé, el tiempo lo dirá ¡Qué cosa extraña es el tiempo!
No obstante, para saber un poco más de mi nueva incorporación, le pedí que me hiciera una breve descripción que, luego, se excedió y así me contó: Esthercilla, si me permites que me dirija así a ti, soy la princesa Margarita y prima de Petunia (¡vaya! ¡qué descubrimiento! ¡me quedé pasmada!); crecimos juntas y siempre nos llevamos muy bien: compartíamos risas, juegos, palacio… hasta que, en la adolescencia, esa situación cambió; yo, hice amigos en la región y, ella, a causa de su narcisismo extremo, sola se quedó. Juró, perjuró y hasta blasfemó, pero nada consiguió.
Un día, decidí que se viniera con mis amigos y conmigo para que se terminara su soledad, sintiéndose una más ¡Quién iba a imaginar lo que allí sucedió! Todo iba fenomenal haasta le dio por hablar y preguntar: ¿Quién es la más bella flor de esta región? Y, ellos, que no podían albergar ni una sola mentira en su corazón, respondieron que yo. ¡Menudo revuelo se armó! Petunia gritó, se enfado y juró que caería, sobre nuestras cabezas, una terrible maldición, pero eso no nos causó ningún temor, pues no pensamos en las consecuencias de su odio tan atroz arrinconado en su pobre corazón.
Así pues, la paz duró poco en nuestro tranquilo reino, ya que mi prima se encargó de incorporar la variación; fue a la madriguera de la Bruja Cuca y le contó lo que sucedió; entonces, aquella, sin más dilación, le sugirió que emprendiera la siguiente acción: Le convertiría en dueña y señora del lugar para que, allá donde fuera, le pudieran aclarar; pero, en caso contrario, éstos se quedarían en off. Ella, a cambio, le tendría que entregar medio corazón junto con otra condición, que no le explicó, aunque nada le importó y aceptó. De este modo, la malvada bruja, hizo de ella una flor bella y narcisista con un horrible corazón.
– ¿Y eso le compensó? – dije yo sin entender nada.
– Pues, no sé, creo que no, pero ya no tuvo otra elección – respondió Margarita.
– ¿No? ¡Ajá! ¿Y se quedaría para siempre con esa imagen de flor? – le dije más sorprendida todavía.
– Sí… No… No lo sé… Es probable – dudó muchísimo la princesita – Ésta es una de las partes que no he podido descubrir.
– ¿Y qué otra parte te falta por saber? – pregunté otra vez.
– El antídoto que todo lo pueda restaurar; la pócima que acabe con tanta destrucción. Pero, bueno, para eso estoy contigo y, si quieres, con los otros amigos bonitos. ¿Qué me dices, Esther?
– Vamos a ver; tu historia me parece fascinante, aunque me surgen unos pequeños interrogantes: ¿Por qué esa flor tiene como ayudante a un Ruiseñor? ¿Y qué pasa con el Loro Or y Yo, el camaleón? Es que se comportan de un modo un tanto extraño.
– Petunia les cambió su condición cuando le dijeron que no era la más bella flor.
– ¿Cómo? ¿Todo eso puede hacer una flor? – pregunté sin entender nada.
– Sí, la bruja le concedió esa facultad a cambio de entregar su medio corazón – afirmó categóricamente.
– Así que no eran animales – no daba crédito a lo que estaba escuchando.
– ¡Exacto! ¡Eso es! Eran humanos como tú y como yo.
Me quedé tan asombrada, que le tuve que volver a preguntar casi lo mismo: ¿Humanos? ¿como yo? ¿como tú? ¿y eso? ¡Jo! ¡Me parece increíble!
– Pero cierto, querida Esther, ya sabes que en el Reino de los Cuentos todo es imprevisible y está permitido ¿o no? – me espetó.
Eran humanos como Margarita y como yo, pero Petunia lo cambió gracias a que la Bruja Cuca le concedió ese extraño «don», cuando no le dieran la razón ¿acaso, también, movida por la envidia y el rencor?
– ¡Claro! – me dijo la princesa, que me había escuchado pensar en voz alta – Or y Yo eran amigos míos, los mismos que le presenté el día de su tremenda decepción; como no le dijeron lo estupenda que era, se enfadó.
– Perdona, princesa Margarita, por tanta pregunta, pero entiende que todo esto me genera un poco de desazón.
A medida que avanzamos en la conversación, se me fueron aclarando algunas ideas, pero otras se me hacían más confusas todavía; por ejemplo, ¿qué ganaba Petunia haciendo tanta mal?, ¿era más poderoso el hechizo que su voluntad?, ¿no se daba cuenta que tampoco era capaz de agradar ni siendo una bella flor? ¿por qué se empeñaba en continuar?, ¿a qué se debía engañar constantemente a Mariquita y al Sapito?… Ésas y otras preguntas no cesaron de deambular por mi mente, sin hallar ninguna explicación, pues Margarita no sabía más de lo que me narró, así que ¡se acabó!
– ¿Qué dices de «se acabó»? – me dijo Marga, que me había escuchado, de nuevo, pensar en voz alta. Querida, ejem, ejem, eso de «se acabó», va a ser que no. ¿Me has entendido bien? No y otra vez, no. Mira, es sencillo: me incluyes en tu plan narrativo con tus otros amigos y seguimos en acción, porque no nos vamos a rendir ahora ni mucho menos ¡Ni hablar! Se lo debemos a nuestro querido «montón», a Or y hasta al Ruiseñor.
– ¿¿¿¿Al Ruiseñor???? – me dirigí, a ella, estupefacta.
– Sí, también al Ruiseñor, porque no creo que, en realidad, quiera bien a esa flor. ¿No te has fijado que se comporta de un modo extraño y artificial con tanto piropo? Parece hechizado ¿verdad?
– Ahora que lo dices, tienes razón. ¿Será que ha sufrido algún tipo de encantamiento de tu prima la flor? – pregunté asombrada.
– Puede ser, pero eso ya no lo corroboré. Iremos a enterarnos también.
– ¡Genial! – dije, recuperando de nuevo la alegría. ¡No hay más que hablar! ¡Vamos a continuar con la función! (digo, con la acción) Y, de nuevo, se sube el telón y…
Aparece la Princesa Margarita ante los ojos cansados de nuestros amigos protagonistas. Inmediatamente, ella se presentó y relató todo lo que a mí me contó. Al final de la narración, no dieron crédito ante semejante «historión» y, nuevamente, no tardaron en ponerse en acción. Y, Marga, que conocía el Pantano de Cartón, les sugirió que se olvidaran del Lago Marrón y, en su lugar, recorrieran la Sierra Monumental; eso es lo que hicieron y no pararon hasta que se toparon con el Palacio del Sol, la morada veraniega de la reina del malvado medio corazón.
Y, amigos, ¿qué creéis que les sucedió? Pues… Eso lo veremos en la siguiente entrada de mi blog.
Moraleja:
Las Musas están un poco cansadas y son incapaces de mostrarme una moraleja en el día de hoy. ¿Alguno de mis lectores me querría ayudar?
Grazie mille, belli e buona notte a tutti!!!! Pues eso, buenas noches 🙂