Y, como dijimos en la entrada anterior, el batallón divisó un cartel luminoso, que decía así:
PASILLO LARGO, LARGO, PERO QUE MUY LARGO, QUE CONDUCE A LA SALA PRINCIPAL DE SU ALTEZA MAYOR LA REINA FLOR
– Ahora un pasillo muy largo, ¿y qué es lo que vendrá después? – dijo Mari, apenada. Al final va a ser lo que pensábamos el Sapito y yo: Petunia nos vuelve a engañar con esto del emisario Ruiseñor.
– No, señorita Mariquita, se equivoca y es que ¿acaso no alcanza a ver otro cartel más luminoso que éste al final del corredor? Además, ya no hay ninguna necesidad de Petunia, pues mi reina de los nervios está – dijo el pájaro cantor.
– Ejem, ejem, no las tengo todas conmigo ¿eh? Pero, sí, ahora que lo dices, airado Ruiseñor, mis pequeños ojos pueden vislumbrar una chispeante luz, digo yo que será el cartel del que me habla – respondió Mari con bastante sospecha.
Tras la intervención de Mariquita, todos siguieron avanzando por el corredor con una cierta desconfianza.
Y, mientras, en la sala principal de Petunia…
– ¡Menos mal! Parece que no les queda casi nada para llegar y así poder llevar a cabo mi estupendo plan ¡Muahahaha! Ansiosa me hallo ya; espero no fallar ¿fallar? ¡Qué estoy diciendo! ¡Qué barbaridad! Venga, Petunia bonita, a callar – se dijo Petunia a sí misma en un estado bastante alterado.
Ya, por fin, nuestros queridos amigos, atravesaron el largo vestíbulo y se pusieron a leer lo que decía el nuevo cartel:
BIENVENIDOS TODOS A LA SALA DE AUDIENCIAS DE LA EXCELENTÍSIMA E ILUSTRÍSIMA REINA PETUNIA, LA FLOR MÁS HERMOSA DE ESTA REGIÓN Y HASTA DE ASIA MENOR.
POR FAVOR, ESPEREN SU TURNO PARA PASAR.
ATENCIÓN: DESCUENTOS ESPECIALES PARA MARIQUITAS, SAPITOS, PRINCESAS Y MONTONES.
– Buenas tardes a todos. ¿Qué es lo que les trae por aquí? – dijo el camaleón Yo.
– ¿Yo? – habló, asombrada, Mari.
– Sí, efectivamente, soy Yo – dijo, tajante, el camaleón.
– Yo, ¿por qué estás aquí? – siguió preguntando Mariquita.
– Pues porque la reina me ha cambiado de puesto gracias a mi excelente comportamiento en el peaje, pues no he dejado entrar a los que no tuvieran pasaje. Ah, hablando de pasajes y peajes, ¿han traído los suyos? – dijo Yo.
– Pues no, jo, ya estamos con el peaje – pasaje, nadie nos ha dicho que lo necesitáramos. Puf, otro impedimento más, ¿cuántos nos quedarán por soportar? – dijo, Mari, a modo de lamentación.
– Ya saben algunos que sin peaje – pasaje no pueden entrar, faltaría más, justo ahora que subo escalones, vienen éstos y me quieren fastidiar. No, eso jamás – respondió, muy airado, el reptil.
– Por favor, camaleón – dijo, dulcemente, la Princesa -te conozco, pues eres mi amigo Paul y sé que tienes muy buen corazón. ¡Déjamos entrar, ya que venimos de muy lejos y debemos salvar el Campo de Giramares.
– Perdone señorita, pero le he dicho que no. ¿No sabe lo que significa la palabra «NO»? Y, por cierto, no tengo ni idea de quién es ese Paul del que me habla; creo que me ha confundido con otro camaleón. Yo soy Yo, el camaleón jefe de la empresa «Peajes – Pasajes Petunia Divina S.L» – explicó, algo enfadado, Yo.
– No, eres Paul, que lo sé yo – respondió, la princesita, entre sollozos. Mi prima, además de convertirle en reptil, le ha hecho olvidar toda su vida anterior y, la verdad, es que sigo sin entender el porqué de tanta maldad – dijo, en voz alta, Marga.
– Princesa Margarita, yo tampoco lo comprendo. ¿Alguien nos lo podría explicar? – dijo Irene, pues tenía unas profundas ganas de saber qué era lo que le llevaba a la flor a actuar de esa manera tan malvada.
– ¿Mi amada reina malvada? ¿Qué están diciendo ustedes? Creo que no conocen el significado de la palabra «MALDAD». Anda ya, malvada, dicen – interrumpió, enfadado, el Ruiseñor.
– Perdone, airado pájaro cantor, nadie le ha pedido su intervención – respondió, muy enfadado, el anciano Sapo. Querida Irene, yo tampoco conozco, realmente, las razones que le han llevado a Petunia a actuar tan mal, aunque intuyo que algo debe tener que ver el hecho de que sólo posea medio corazón, su narcisismo exacerbado y su envidia sin parangón. Quizá Marga nos pueda aclarar alguna cuestión más, al ser su prima y demás ¿o no?
– Amigos, lo siento infinito, pero yo tampoco sé mucho más; me supongo que será ella la que nos lo tendrá que aclarar…
– Bueno, está bien, princesa, gracias de todos modos, aunque veo que seguimos igual, esperaremos y ya está; además parece que está próximo el final ¿verdad? – dijo, Irene, entusiasmada.
– Eso esperamos, Irene, pero aquí no se puede dar nada por sentado; para saber la resolución, únicamente nos queda continuar con nuestro plan habitual: Actuar, así que vamos allá – respondió, el Sapito, con rotundidad.
Y, el montón, de nuevo, pasó a la acción, hasta que Mari se paró a hablar con Yo.
– Yo – insistió Mari -, déjanos pasar, no queremos que te suceda ningún mal, pero, de verdad, queremos entrar…
– Mariquita, ¿tú tampoco entiendes el significado de «NO»? Si quieres te lo digo en inglés, en italiano o en chino mandarín. ¡No! Sin peaje – pasaje no se puede entrar y ya no se hable más. ¡Vaya tardecita que me están dando y me la quería perder…! Con lo bien que estaba en el otro lugar; ¡Ains, qué mal!
Así, el camaleón no paró de relatar durante un cuarto de hora o incluso algo más. Entonces, Amapola, cansada de esperar, interpeló a los demás: Mirad, nos vamos y ya está; tendremos que dar esta batalla por pedida y otra vez será. La verdad es que me da mucha penita lo del Campo de Giramares, la tristeza de los habitantes de la región y las transformaciones que han sufrido Or y Yo, pero no encuentro otra solución mejor que la de terminar con esta historia ya.
– No, querida amiga, no te rindas tú ahora; ésa no es la mejor opción; ya sabes que las grandes historias siempre las han escrito los valientes, aquellos que llegan hasta el final y luchan por los intereses de todos, así que de aquí no se mueve nadie. A unas malas tiramos la puerta abajo, faltaría más – habló, Mari, de un modo jamás visto antes en ella.
– Mari, me has convencido, ahora vuelvo a verlo todo mejor y no me muevo de aquí – dijo, Amapola, muy optimista.
– ¡Ni nosotros tampoco! – comentaron, con conocimiento, Marga, el Sapito y el montón. ¡Vamos todos a la acción!
– Venga, cuando diga «tres», nos abalanzamos contra la puerta ¿de acuerdo? – dijo, el Sapito, que se erigió, de nuevo, en jefe de la expedición. Uno, dos y…
– ¡Un momento! ¡Un momento, pero, bueno, ¿qué es esto? ¿Queréis romperme la puerta de madera labrada? ¡Qué barbaridad! ¡Eso no! Yo, venga, deja que pasen, y Ruiseñor, encárgate de que lo hagan en fila de dos. Además, ¿no os habéis dado cuenta de que son mis «invitados especiales, aquellos que llevaba esperando por lo menos un mes? Así que pueden entrar sin necesidad de peaje – pasaje – dijo Petunia, en alta voz, desde el otro lado de la habitación.
– ¡Uf! Esta amabilidad me huele un tanto mal, ¿qué es lo que tramará la flor? – dijo Mari.
– A mí también me da mala espina – comentó Marga.
– Yo me temo lo peor – dijo el anciano Sapo Gris – Azulado.
– Vamos, adelante, pasen y tengan cuidado de no tropezar con la alfombra tan transparente que parece cristal; ah, no se olviden de hacerlo en fila de dos – explicó el Ruiseñor.
Dicho esto, cada uno de los presentes se puso en formación: Primero, Mari y el Sapito, luego Marga y Fer, después Irene y Amapola, Inés y Mariela, Reme, Rosa, Sonia, Paqui… hasta el final. Sus pasos fueron vacilantes, pues les invadía el temor al no saber qué es lo que les sucedería en ese preciso instante.
Tampoco les dio mucho tiempo a temblar, ya que, de repente, se vieron en una habitación inmensa y totalmente vacía a excepción de una gran mesa y, tras ella, un trono – maceta multicolor con la reina flor; Petunia, era muy pequeñita y, desde la distancia, parecía un poco marchita ¿a qué se debería semejante estado? Es posible que lo desvelemos a continuación (o no). Sigamos con la función.
Además, en la pequeña flor, tampoco se atisbaba ni el más mínimo resquicio de alegría o ilusión ¿Tendría eso que ver con el hecho de que tuviera solamente medio corazón? Posiblemente, pero esto también lo sabremos después (o no).
– ¡Qué ganitas tenía de verte, malvada flor! ¡Qué pesada eres, hija, con tanto engaño! Vamos, montón, acabemos con ella ya – dijo Mariela -, que necesito más acción. ¿Quién se presta voluntario para cortar su pachucho tallo?
– Tranquila, Mariela, todos queremos acabar con ella; tienes toda la razón, pero, casi mejor, vamos por las buenas, si es que la flor nos brinda la ocasión – dijo Mari en tono tranquilizador. Veamos qué quiere Petunia y si le podemos hacer entrar en razón.
– Ya, es verdad, me he precipitado un poco, bueno, no, quiero acción – respondió Marielilla.
– Mariela, pues si quieres acción, la tendrás; yo tampoco aguanto esto más – dijo el anciano Sapo.
El Sapito se encaminó, rápidamente, hacia la gran mesa tras la que se encontraba Petunia, pero se golpeó con un cristal invisible, que le servía a la malvada flor de protección.
– ¡Puf! ¡Qué porrazo me he dado! ¿Por qué todo lo tiene que calcular? – dijo, el Sapo, muy mareado.
– Sapito, ven aquí, descansa un poco y ya volveremos a la acción – le dijo, Inés, con cariño. Dejemos a Petunia hablar.
– Muy bien, querida muchacha, gracias por tu ayuda; parecía que no ibais a terminar nunca de sermonear e incordiar. Mirad, os he convocado aquí – tosió y tosió la flor, pues ya hemos dicho que estaba algo marchita -, porque ,como soy excelente, ilustre, estupenda, maravillosa, bella más que las estrellas y todos los adjetivos de superioridad que os podáis imaginar, os voy a regalar la oportunidad de que me formuléis todas las preguntas que no os hayan quedado claras de esta historia o de mi personalidad y, después, ya pasaremos al final en el que todos viviremos extrafelices y comeremos regalices.
Ninguno, de los que allí estaban, se creyó completamente las palabras de Petunia, aunque, en el fondo de su corazón, deseaban que terminara bien la acción.
– Entonces, si todo ha quedado claro, podéis empezar a preguntar – dijo la reina flor.
Inmediatamente, se hizo un gran silencio como si hubiera pasado un ángel, aunque, pasados unos minutos, Irene rompió el hielo:
– Reina Petunia, yo tengo dos cuestiones – dijo, Irene, un poco temerosa.
– Sí, dime, querida – respondió la flor.
– ¿Por qué eres tan malvada? ¿Qué ganas haciendo tanto mal? – preguntó Irene.
Y la reina Petunia respondió…
Bueno, esto lo veremos en la siguiente entrada de blog.
Moraleja:
Las apariencias engañan (cada vez más). Petunia siempre ha aparentado ser muy malvada y, ahora, parece que no lo es. ¿Cómo creéis que será de verdad? Haced vuestras apuestas, que el final está casi, casi ya.
¡Feliz día y hasta pronto!
Besos y abrazos desde el Umbral de los Sueños 🙂
Aims. Estoy sin internet en casa. Te he leido desde el móvil… Gracias por hacerme parte de tu historia!
Irene, ¿ya vuelves a tener Internet? ¿Lo has podido leer todo? Ahora voy a cambiar de tercio, a la vez que edito la historia de Mariquita. Por cierto, de nada 🙂