– ¡Qué bien! Solamente quedan dos horas para el final y estos pobres infelices no dan con la solución – dijo, Cuca, muy contenta.
– Venga, montón, seguid pensando, pues todavía no está todo perdido – expresó, el Sapo, animando a los demás.
– ¡Puf! Hemos dicho mil y una posibilidades y ninguna sirve; entonces, ¿qué podemos hacer? – comentó, Mari, con desolación.
– Pensar un poco más, ya que no tenemos elección – dijo, el Sapito, intentando templar los ánimos.
– A ver, a ver, ¿por qué no regamos a Petunia? – comentó Mari, pero aquello no funcionó, pues el cardo ni se inmutó.
– ¡Vaya! ¿Y por qué no llevamos a la flor a un sitio mejor? – preguntó Marga.
– Imposible Marga, de aquí no nos podemos mover porque Cuca sólo nos ha dejado este pequeño rincón – expresó el anciano Sapo.
– Pues tienes razón – respondió, la princesa, con tristeza.
– ¿Y si la plantamos junto a ese otro cardo marrón? Probemos ¿no? – dijo, ahora, Mari.
Y, queridos amigos, aquello tampoco funcionó. El tiempo pasó ¡Qué cosa extraña es el tiempo! Los personajes se desanimaron un montón pero, la malvada bruja, contrariamente, se creció.
– ¡Esto es maravilloso! ¡Solamente queda una hora y no son capaces de encontrar el antídoto salvador! Ay, querido medio corazón de Petunia, vas a ser mío para siempre ¡Qué ilusión! ¡Qué gozo! ¡Qué feliz soy! – comentó Cuca.
– Vamos, escuchemos lo que dicen nuestros corazones y las palabras de nuestra amiga Esther. Recordad que la unión hace la fuerza; además, me niego a creer que el mal pueda vencer en un cuento infantil, eso no tendría ningún sentido, pero, a saber – dijo, ahora, el anciano Sapo.
– Y hablando de Esther, ¿por qué no le pedimos que nos ayude a resolver este papelón? – preguntó Mariquita.
– Menuda cabeza la mía… Mira que no pensarlo antes… – dijo la princesa Margarita.
Todos mis personajes me llamaron y, yo, entonces me dormí para intentar, por todos los medios, que la simbiosis perfecta se diera, aunque me resultó imposible: Cuando quería aproximarme a ellos, Cuca me empujaba, con su inmenso poder, para devolverme a la realidad. Y, a lo lejos, antes de despertar, al otro lado del Umbral de los Sueños, les comenté que no podía acceder a aquel triste lugar; ellos, entonces, se pusieron muy tristes pero, rápidamente, reanudaron la acción con más intensidad que en las horas anteriores.
– ¡Jo! El agua no ha resultado ni el cambio de ubicación. Ah, se me ocurre otra opción: ¿qué os parece si buscamos un príncipe para que le dé un beso de amor? – pensó Mari.
– ¿Habéis visto algún príncipe por aquí? No, ¿verdad? Entonces, descartad ya esa posibilidad – respondió, el Sapo, medio enfadado.
– Pero sí tenemos un Sapo muy majo. Aceptamos a Sapito como posible salvador de Petunia – dijo, Mariquita, entusiasmada.
– Me niego, va a ser que no. No soporto a esa flor – comentó, el anciano Sapo, algo rabioso.
– Sapito querido, ¿se te ha olvidado que te estás jugando nuestro futuro? – dijo, casi llorando, la princesa Margarita.
– Está bien, lo haré, pero le doy un beso pequeño y ya está – farfulló el Sapito.
– Pequeño o grande, prueba con los dos; recuerda que puedes ser nuestro salvador – dijo, ahora, Mari.
El anciano Sapo Azul – Grisáceo le dio un pequeño beso a la malvada flor, ahora cardo, pero no funcionó; luego, le dio otro mayor, pero la situación no mejoró.
– Ale, dos besos a ese cardo y ¡seguimos igual! ¡Qué mal! – expresó, disgustado, el anciano Sapo. ¿Por qué no le solicitamos a Cuca la liberación?
– ¡Cuca! ¡Cuca! ¡Por favor! – dijeron todos.
Entonces, a lo lejos, se oyó: Os he dicho que no; el antídoto o esto se acabó. Y, recordad, os quedan cuarenta y cinco minutos para variar la situación ¡Jajajajaja! ¡Ciao! – respondió la bruja Cucaracha.
– ¡Cuarenta y cinco minutos nada más! Lo que yo es decía, nos teníamos que haber dado la vuelta en el Palacio de la Luna y el Sol, así todo habría sido mejor – dijo Amapola.
– Amapola, no digas eso, por favor; ahora tenemos que permanecer más unidos que nunca – respondió el Sapo.
– Está bien; seguiré – comentó, Amapola, más animada.
– ¡Y nosotros también! – gritó todo el montón, Mari, Marga y el Sapo.
– Ya está, amigos, creo que he encontrado el antídoto salvador: Me cambio por ella – dijo, espontáneamente, Margarita.
– ¿Qué dices princesa Marga? ¿Acaso lo has pensado bien? – expresó Mariquita.
– Sí, me entrego para salvaros, pues es lo justo ¿o no? – comentó, convencida, la bella princesa.
– ¡Claro que no! – dijo el anciano Sapo.
– Pues yo digo que sí. Cuca, escúchame bien, me cambio por Petunia.
– Me da que no ¿eh? Ahí tampoco está la solución – dijo, riendo, Cuca, pues el tiempo se estaba acabando.
– Venga, te doy medio corazón – expresó, con firmeza, la princesa.
– Uy, parece tentador pero es un… ¡Sí! No, querida, estaba bromeando ¡Jajajaja! Me encanta jugar con los demás; ya sabéis, es algo que aprendió la pobre Petunia de mí. Por cierto, os queda media hora, aunque, bueno, ya estoy visualizando el final ¡Muahahahaha! – dijo Cuca.
– ¡Media hora! ¡Uf, por favor! Sigamos haciendo funcionar nuestros cerebros – se dirigió, el Sapo, a la multitud.
– Jo, no se me ocurre nada; creo que hemos agotado todas y cada una de las opciones – dijo Mariquita Pizpireta.
– A mí tampoco me viene nada a la mente – dijo, con tristeza, la princesa.
– A mí sí ¡Qué poderosa soy! Van a estar siempre en este rincón sirviendo a la Reina Bruja Cucaracha ¡Qué bien suena eso! – comentó la malvada bruja.
Pasaron quince minutos, luego diez minutos y el antídoto no venía.
– Bueno, amigos, resignémonos, la unión no ha hecho la fuerza; Cuca nos ha vencido con su aliado el tiempo ¡Qué cosa extraña es el tiempo! Ni Esther nos ha podido ayudar. No obstante, he aprendido algo de todo esto: Hay que saber personar y, yo, la princesa Margarita VII del Reino del Color, no le guardo ningún rincón a mi prima Petunia, la princesa – reina – flor – cardo; además, he llegado a comprender que la envidia y el narcisismo son horribles, pues siembran odio en los corazones hasta el punto de vender la mitad al mejor postor. Yo, siempre viví feliz, llena de cariño, sin envidia ni rencor y rodeada de flores multicolores, así que nunca conocí lo que era sufrir, pero, ahora, me pongo en el lugar de Petunia y empiezo a sentir un gran dolor.
– Es cierto, querida princesa, la envidia es de lo peor que hay y ya no digamos lo de creerse más que los demás; yo también perdono a Petunia de corazón – dijo Mariquita.
– Y yo, y yo, y…
Continuará
Moraleja:
Perdonar es vivir; venga, haced experiencia de ello y me contáis ¿vale?
P.D: Queridos amigos, os pido un poquito más de paciencia, pues, de verdad, el final aparecerá en la siguiente entrada de blog.
Besos y abrazos de cuento
¡Hasta mañana! 🙂